Como soy un
Religioso, quiero contarles que la vida comunitaria - para los/as
Consagradas - es un aspecto muy central. Practicamente es el caldo
de cultivo donde madura nuestro amor. Puedo ser un santito con la
gente de afuera, mas si soy un “mala leche” con los mios, de poco
sirve mi semblante angelical.
En fin:
los/as Religiosos/as damos testimonio cuando nos queremos
primeramente entre nosotros/as (cfr. Jn 13,35). La vida en
comùn reclama mucho realismo: se comparte el Evangelio, el proyecto
congregacional; pero tambièn: el caràcter, el temperamento...
riquezas y fragilidades de cada uno. Tanta molteplicidad, si no es
afinada a travès del empeño de todos, en lugar de sinfonìas puede
dar lugar a... ¡cacofonias!
¡Tarea
bella y ardua la vida comunitaria! Para muchos Santos ha sido el
crisol de su misma santificaciòn.
La comunidad
puede ser el anticipo del cielo (cfr. Sal 133). Asimismo:
teatro de conflictos extremos, al punto de fracturarse
irremediablemente. Cuando jòven Religioso, quedaba muy escandalizado
frente a episodios similares. Ahora no: los años – y la conciencia
de mis defectos – me regalaron el don de la comprensiòn hacia la
misteriosa complejidad del ànimo humano.
No siempre
la baja calidad relacional - en las comunidades religiosas - es el fruto de la indisposiciòn de sus
miembros. Juegan en contra factores como: traumas infantiles no
superados, trabas afectivas, incapacidad para expresar emociones,
acumulaciòn de malentendidos, asperezas caracteriales, rigidez de
opiniones, incapacidad de pilotear ciertas tensiones.
A menudo los
Religioso que padecen estos conflictos, son personas de mucho bièn;
llevan con dignidad y ofrecimiento espiritual la cruz que les tocò,
aceptando aquello que no tan facilmente pueden cambiar en ellos y/o
en los demàs cohermanos.
Algo
parecido se podrìa afrimar en àmbito matrimonial. Por cierto la
especificidad sacramental une a los cònyugues (transformàndoles en
una nueva realidad inscindible) de forma distinta que los Religiosos;
pero los mecanismos de la relaciòn son muy similares. Tambièn en este
tipo de conflictos juegan variados factores. Cada crìsis es distinta
a otra en cuanto a causales y consecuencias de las mismas.
Asì como
para los Religiosos, a los conyugues la separaciòn fìsica se
propone - en muchos casos - como extrema-dolorosa instancia. Una
separaciòn conlleva siempre mucho duelo, aun cuando no parece que asì sea. Se sufre en razòn de un sueño quebrado,
por los hijos, por un camino de fe obnubilado por el fracaso de ese
“para toda la vida” prometido
a Dios, ...
En base a
estos preàmbulos, el prejuicio que configuraba a los cristianos que
viven el drama del divorcio como “pecadores pùblicos, personas
a condenar/anotar al margen” pierde definitivamente su razòn
de existir. Afortunadamente hoy en la Comunidad Eclesial, estas
actitudes condenatoria van progresivamente mermando a favor de
comprensiòn y respeto, pese a que todavìa quede camino por hacer.
Tambièn la
situaciòn de los divorciados en nueva uniòn (de ahora en adelante:
DNU), aunque radicalmente diferente a la de los separados fieles al
vìnculo, ha asistido una evoluciòn profunda con respecto a la
mirada del Magisterio: “Hoy dia el Magisterio, desde la
Familiaris Consortio y las encìclicas que siguieron, habla de
atenciòn a estas personas, de cariño pastoral, de comprensiòn, de
cercanìa, de aliento. Puede que falte mucho por comprender [...]
pero esta nueva actitud està en la
direcciòn justa” (Carlo Maria Martini, Io vi
sarò propizio,
Ed. Paoline, Milano, 2002, p. 85). No se trata de caer en la
tentaciòn simplista frente a la cual todo diere igual, sino de
tratar la problemàtica valoràndo los aspectos de inclusiòn,
y no de exclusiòn apriorìstica. Y por sobre todo:
proponiendo (a los DNU) un vàlido itinerario de crecimiento
humano/ espiritual dentro de la misma Comunidad Eclesial.
Me preme
aclarar que al hablar de DNU, no me refiero a quienes viven en
concubinato (condiciòn que nada tiene que ver con el estado de los NDU), sino a aquellas : “Parejas [catòlicas] que se presentan casados invalidamente [en nuestro caso: vueltos a casar tan solo con contrato civil], expresando asì su intenciòn
de ligarse establemente” (Bernard Haring,
Shalom, Editorial Erder, Barcelona, 1981, p.106). Dicho
en otras palabras: “Tales matrimonios no son concubinatos, por
el hecho de que ambas partes se han ligado entre sì formalmente [a travès del matrimonio civil, con intenciòn, pues,de formar una familia, de vivir como
marido y mujer durante toda su vida ]. Una de las razones màs frecuentes [de
invalidez] consiste en que una de las partes estaba ya casada ya
validamente con otra persona” (ivi, p.107).
Me preme
ahora detallar un poco màs el argumento, repartièndolo en dos
subtìtulos:
- los NDU y la Comuniòn Eclesial
- los DNU y la Comuniòn Espiritual.
LA
COMUNIÒN ECLESIAL : cabe comenzar con
una afirmaciòn que disipe a la raiz toda duda: los
fieles DNU estàn incluidos en la comuniòn eclesial,
aun con su situaciòn contradictoria, y, si se quiere, con su pecado
(“¿quièn
en la Iglesia es exento de pecado?”- cfr.
1 Jn1,8). Dichos en otros tèrminos: no son personas excomulgadas o afectadas por alguna suerte de entredicho.
Para
entender la enorme portada de tal afirmaciòn cabe recordar, aun de
forma muy resumida, que signifique ser Iglesia: una comuniòn de
personas incorporadas - por el bautismo y los demàs sacramentos - a
Jesùs. Esta comuniòn eclesial es al mismo tiempo invisible y
visible. Su realidad invisible es substanciada por la comuniòn de
cada fiel con el Padre por Cristo en el Espìritu Santo. La comuniòn
eclesial visible se basa en la profesiòn de la misma fe enseñada
por el Papa y los Obispos en comuniòn con èl. Estos dos aspectos
estàn en òsmosis entre ellos (cfr.
Congregaciòn para la Docrina de la fe,
Carta a los Obisbos de la Iglesia
Catòlica sobre algunos aspèctos de la Iglesia considerada como
comuniòn, 1992, n. 4). Los
DNU viven ambas dimensiones eclesiales
(cfr. Carlo
Caffarra, “Orientamenti Pastorali per
le situazioni matrimoniali irregolari, in particolare per i fedeli
divorziati risposati”, febrero 2000),
y estàn calidamente invitados a fortalecerlas a travès de la
caridad, la educaciòn religiosa de sus hijos, la oraciòn, la
meditaciòn de la Palabra, los retiros espirituales, la participaciòn
a la misa, la Comuniòn Espìritual.
Como
posible meta de este camino gradual de crecimiento, la Iglesia
propone - cuando y si los fieles DNU se sientan preparados y/o
dispuestos - la cesaciòn de la relaciòn. Si esto no fuere posible
por la presencia de los hijos (en este caso prima la preservaciòn de
los hijos, a los que no se les puede privar de su propios padres), se
propone la cesaciòn de la “affectio
coniugalis”,
o sea: la interrupciòn de los actos matrimoniales y el progresivo
incremento de la relaciòn afectuosa, de recìproca estima y de ayuda
recìproca entre ellos dos: “En
esto consiste el significado profundo de:
vivir como hermanos”
(ib).
La
presentaciòn de esta perspectiva de vida podrìa aparecer, a primera
vista: àrida, poco humana, y en definitiva... irrealizable. No es
asì. No cabe duda de que se trata de una soluciòn dificultosa; pero
son muchos los fieles DNU que la han cocretado, logrando un sinnumero
de beneficios humanos/ espìrituales y recuperando el gozo de ser
readmitidos a los sacramentos de la reconciliaciòn y de la
Eucaristìa. La potente ayuda de Dios nunca falta, hacièndonos
descubrir que: “Todo lo
[podemos] en Aquel que [nos] fortalece”
(Flp 4,13).
Cabe destacar
LA
COMUNIÒN EUCARÌSTICA: segùn el Magisterio, los DNU catòlicos
viven una situaciòn que a nivel teològico/mìstico/sacramental,
contradice la comuniòn esponsal Cristo/Iglesia, significada en la
Eucaristìa y en el sacramento del Matrimonio; y en segunda instancia
(viven) una situaciòn de pecado. En esta razòn – y no en una
disposiciòn punitiva de la Iglesia – radica la imposibilidad de
recibir la Eucaristìa.
A este punto
cabe recalcar que una pastoral honesta, adulta y completa, tiene el
deber de explicarles (a los DNU) que existen otras situacione que
contradicen la Comuniòn Eucarìstica (cfr. Caffarra,
cit.) ; pienso, por ejemplo, a los catòlicos que faltan
habitual y gravemente a la caridad y a los derechos humanos; a los
Obispos, Presbìteros, Religiosos (y personas formalmente casadas)
que viven la infidelidad, la falta de caridad y la mala gestiòn
economica como pràxis abitual; a los cristianos que practican la
injusticia social, estafas, corrucpciòn laboral, econòmica,
polìtica, abuso de poder, ... (cfr. 1 Jn 2,4).
Va dicho
claramente que una pareja de fieles DNU que se aman, que aman y
crian con amor responsable a sus proprios hijos, y que se abstienen
de comulgar por respeto a las normas de su fe... vive màs
coherencia que aquellos cristianos que se acercan al Cuerpo del
Señor con el corazòn inchado por tanta basura recièn mencionada
(cfr. 1 Cor 11,27-28).
Màs veces
he podido tocar con mano cuan dolorosa es, para los fieles DNU, la
privaciòn de la Eucaristia. Y cuanto nos resulte dificil a los
Pastores dar a entender que no se trata de un “no quiero”,
sino de un “no puedo” sussurrado
con amabilidad y humildad en seno a una Iglesia que es depositaria de
un Mensaje (La Palabra de Dios) màs grande que ella y que no le
pertenece.
Pero:
¿debe ser la causa por la cual antas hermanas y hermanos DNU sufran
la separaciòn de Dios? ¡De ninguna manera!
La
pregunta de fondo, para los fieles DNU, debe ser la siguiente y en
esa deben concentrar todos sus anhelos: ¿cuàl el deseo de Dios para
nosotros en el ahora
(en lo inmediato) de nuestra relaciòn? La respuesta va a ser
bellisima, plenamente gratificante, llena de paz: estar
con nosotros. ¡Esto
es lo que Dios quiere, ahora, en nosotros, pese a nuestra situaciòn.
La identidad misma de Dios, en la Biblia, se identifica con su mismo
deseo de “revelarse-relacionarse-estar-caminar”
con nosotros!
Nuestra
misma irregularidad puede tranformarse en el Horeb donde Dios quiere
darnos a conocer su amor (cfr.
Ex 3,1-8). en el Horeb Dios nos dio a conocer su nombre (en la
mentalidad bìblica indica: la identidad y la misiòn de quien lo
lleve): Yahvè (aquel que està conmigo, a mi lado, qu me acompaña
con cariño, que se me quiere manifestar).
Desde
esta perspectiva la Comuniòn Espiritual (aconsejada a los fieles
DNU) adquiere un significado sòlido,
simbòlico, y por eso real y eficaz, porque pone en acto el encuentro
de dos deseos: el de Dios y ardiente sed de mi (cfr.
Jn 19, 28) y el mio hacia Èl, igualmete sincero y fuerte (el deseo
es la energìa màs potente que tenemos). La convergencia de los dos
anhelos genera una rebosante
comuniòn de amor
.
La
Comuniòn espiritual nos habla de un maravilloso... “ vicio divino
”: cuando el Amado (Jesùs) no pueda pasar por la puerta, no dudarà
un instante en introducirse por la ventana, o por el techo o por
donde fuere para alcanzar a su Amada (nosotros); porque nada ni nadie
podrà separarle de ella:
“¿Quièn
nos separarà del amor de Cristo? [nada] podrà separarnos del amor
de Dios manifestado en Cristo Jesùs, Señor nuestro” (Rom
8,35.38-39).
EPÌLOGO.
Me
doy cuenta de como no sea fàcil dar respuestas que satisfagan las
variegadas sensibilidades entorno a tan delicado y polièdrico
argumento. Pero màs que en las respuestas – reitero – el desafìo
estriba en actitudes propedèuticas como: el ofrecimiento de espacios
de aceptaciòn no juzgante, un clima de fraternidad normal (no
forzada) y de dialogo; todas actitudes aptas a suportar un
itinerario
pastoral adulto y - no està de màs añadirlo - eficaz
.
Esto
– a mi parecer - el gran desafio de las comunidades cristianas
hacia los fieles divorciado.
Hablamos
de itinerarios densos de realismo: non rebocados por una piedad
allanadora; que no esquiven los baches y que no se deslizen hacia
actitudes simplistas con respecto a una situaciòn que de simple
tiene casi nada.
¿Se
puede? Si, se puede. Lo atestigua el Espìritu de Jesùs, fuente de
esa muy genuina y autentica epikeya (virtud muy frecuente en el
Evangelio) que sopla a nuestro favor : “He
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
(Jn 10,10).
(hermano
Ignacio Cùncu Pìàno hm).
20/10/2013